viernes, 8 de mayo de 2009

Suicidio vampírico.


El eco del campanario resonaban por toda la ciudad, eso le quitó la posibilidad de retomar el sueño, tal y como sucedía todas las mañanas, justo cuando comenzaba a soñar.

El sol se alzaba, lenta y peresozamente, pronto sus cálidos haces de luz llegarían hasta él, y, como todos los días, él debería moverse hacia la protectora oscuridad de la habitación. Pero, éste día, no. Estaba agotado, frustrado, desvanecido, era todo lo mismo.

La tormeta que le había dificultado el salir en pos de sus presas la noche anterior, marcó las huellas de sus destrozos por doquier, pero se destacaba el blanco paraje, un níveo blanco brillante. Se veía esplendoroso, fantástico, jamás, en sus siglos de vida, había observado tal maravilla. No se la podía perder, no, era... perfecta. Distinta al resto, única.

De un salto rompió el vidrio, callendo suavemente sobre la blanda nieve. Sintió inmediatamente como su piel comenzaba a adquirir temperatura, pero no le importó, todo era igual, todo era lo mismo, sin variaciones. Pero este paisaje, no.

Arrastrando sus pies abrió surcos en la nieve, queriendo ver más y más su blancura... la carne continuaba subiendo de temperatura, su piel se calcinaba, sabía que se iban callendo a pedazos sobre el esplendor blanco, manchándolo de negro imperfecto.