Sólo una tarde, sólo un segundo eterno, mirando, observando... todo tenía tanto detalle. El sol iluminando por sobre la cordillera nevada a lo lejos, las nubes avanzando lentamente, el cielo aclarándoce a cada momento un poco más. El frío me atravesaba como estacas de hielo en el abdomen, y mi aliento se convertía en una nube visible frente a mi rostro.
Todo era lento, hermoso... cerrar los ojos y disfrutar un momento aquella paz, tan lejana, tan deseada, y que no se aprovecha cuando se tiene... tan perfecta armonía... los colores, los olores, el frío y las luces que, quizás, darían un poco de calor a mis miembros congelados.
Entonces pensé que no se necesitaba ir a un museo para observar obras de arte, porque estaba ahí, siempre, a cada rato que pasaba, cada cosa que sucedía cada momento estancado, cada oración, cada olor, cada color, cada calor, cada frío, cada sensación cada ruido... todo se convertía en la obra más hermosa que el mundo ubiese conocido. Y siempre ha estado a nuestro alrededor.
Un solo momento, una sola mirada hacia el cielo... y se vé un árbol podado de la peor manera, un ave en su punto más alto observando no-sé-qué-cosa, y el sol bañándolos suavemente. Una fotografía no podría JAMÁS hacer vibrar mi cuerpo con aquella intesidad que ellos lo lograron.
Igual que una nota musical, en su punto máximo, recorre mis nervios, desencadenando una sensibilidad máxima. ¿Para qué drogarse? ¿Para qué alcoholizarse? Si lo tenemos todo a nuestro alcanse... Cada momento... como único en su especie.
¿Cómo poder describir tan maravillosas sensaciones? Sólo se pueden
sentir