martes, 18 de agosto de 2009

. . . . . . . . . . .

En el silencio de la lluvia al atardecer, repetía el sonido ensordecedor de sus palabras.
"Es lo mismo, jamás te perdonaré" Había dicho hacía unos momentos, y ahora, se arrepentía. ¿Cuántas estupideces puede cometer el ser humano en tan solo una semana?

Incontables.

Despertó con él resplandor de un rayo. Había llegado la tormenta eléctrica. Seguramente él no tardaría en llegar más de unos cinco minutos. Cortos, pequeños y efímeros cinco minutos. Corrección, ya eran cuatro.

sábado, 8 de agosto de 2009

A soul.

Se encontraba enroscada entre los pliegues de su cama. No abría los ojos, no lo deseaba, no quería despertar nunca.
En su mente seguía repitiendo las misma palabras, no creyéndolas, pero aferrándoce completamente a su significancia, no las podía olvidar, no las podía borrar; finalmente, solo estaban ahí. Sus ojos terminaron abriéndoce lentamente. La lluvia de la noche anterior había terminado, dando paso al brillante sol invernal.
Se levantó y calzó. Caminó como un espíritu por el único pasillo de su hogar. Cuando finalmente se observó al espejo, no era más que un pálido rostro con los ojos entristecidos.

viernes, 7 de agosto de 2009

El otro final.

Encontrabase él, de apariencia simple y desaliñada, cazador de bestias feroces y tan racionales como humanas, encogido en su improvisado asiento, conformado principalmente por su bolso empolvado y deteriorado, observaba el ir y venir de la multitud. Algunos arrastraban los pies, otros, a sus hijos, pequeños que deseaban quedarse observando a los magos y fantasías traídas por los comerciantes.
Las polvorientas calles de la ciudad daban el típico aspecto de las centrales del reino. Y allí era exactamente donde él se dirigía, hacia el pulido palacio, ubicado como el oasis entre el desierto.
Aquel penetró en los jardines del palacio con su bolso echado al hombro. Tenía un aspecto relajado, pero su musculatura de fuerte guerrero impedía vérsele como cualquier otro sirviente del lugar.
Recorriendo los senderos principales rápidamente como un feroz felino, pasando por fuentes dedicadas a bellas diosas que serían olvidadas con el pasar del tiempo, verdes arbustos y árboles, con sus frutos secos pudriéndose sin ser comidos.
De pronto, el guerrero, notó el silencio sepulcral de los jardines del palacio. Quedó alerta, deslizó una de sus manos hacia su cinto, donde aguardaba su fiel espada acompañante… entonces cayeron sobre él soldados de la guardia real, sin palabras, solo gestos feroces se dispusieron a abalanzarse sobre el guerrero solitario, quien, en una fracción de segundo, había atravesado el torso de uno de sus atacantes, dejando paralizados al resto. Sus feroces rostros se suavizaron llegando a marcar el miedo en sus adultas facciones, aquel no era cualquiera tal y como se les había advertido.
Sin esperar una respuesta el guerrero atacó nuevamente. Los soldados no tuvieron oportunidad contra él, quien, decidido, continuó su camino hacia el palacio, esta vez procurando llevar su espada bien ubicada en su cinto, el bolso columpiándose contra su cintura al estar atravesado por su pecho.
Ubicó un gran árbol, algunas hojas ya habían caído a causa de los fuertes vientos, pero podía reconocerlo fácilmente. Ése era el lugar donde su doncella y él habían declarado su amor. Acarició el tronco a modo de consuelo.
- Espérame, ya voy en camino. – Fueron las suaves palabras que escaparon de sus labios mientras dirigía una furibunda mirada hacia el palacio, aún estaba lejos, pero no podía demorar más. El sol teñía las nubes de colores rojizos, ya comenzaba a anochecer.
A medida que avanzaba, sigiloso, escondido entre los pliegues de su capa y las oscuras sombras de los árboles, a lo lejos se oída el griterío del palacio. Generales repartiendo órdenes a diestra y siniestra, sirvientes corriendo por doquier, sin embargo, no hallaba la única voz, el único sonido audible que él deseaba escuchar.
Tomó un camino que lo llevaba hacia las alcantarillas del palacio. Si las indicaciones que recordaba eran correctas, lograría llegar hasta la cocina, y desde ése punto subir hasta la terraza mayor.
El putrefacto olor del agua sucia invadía todo el lugar, por ello cubrió su nariz y boca con una seda que sacó de su bolso, improvisando una rústica mascarilla. El dulce aroma que emanaba de él lograría disminuir el hedor hasta lograr llegar a su destino. De pronto se escuchó a lo lejos un chasquido metálico.
De manera presurosa dio un brinco hasta lograr agarrarse de un tubo que pasaba por sobre su cabeza, se paró sobre este como un equilibrista profesional buscando su próximo paradero. Lo halló sobre una saliente que no se encontraba a más de un metro de su posición. Saltó, y agarrándose fuertemente y manteniendo el equilibrio logró subir definitivamente. Con la espalda contra los fríos y podridos ladrillos de la alcantarilla avanzó un trecho, luego se agarró de otro tubo oxidado, pero este no resistió su peso y calló de bruces contra una cañería más grande, la principal. A sus oídos llegó el eco de pasos presurosos. Le estaban siguiendo.
Rápidamente continuó su camino por los costados de la cañería principal, no podía darse el gusto de brindarles la oportunidad de divisarle, y mucho menos, atacarlo por sorpresa. Sin embargo, aquellas pisadas a lo lejos se iban acercando cada vez más, de manera alarmante. Una flecha pasó rozando las telas de su capa y se perdió a lo lejos. El guerrero giró en ciento ochenta grados tomando su espada, y clavándola en la cañería principal, una gran presión de agua golpeó a los soldados que le perseguían, no los detendría por mucho tiempo, solo el necesario.
-El tiempo es crucial, tan solo espérame – Su voz fue casi como un suspiro, suave y delicado.
De un manotazo se quitó la seda de la cara para dar un brinco a las escaleras. El brillo taciturno de la cocina real le acompañó en sus ágiles movimientos hacia la escalera de servicio. A su paso dejaba un silencioso río carmesí de soldados derrotados.
La demencia se apoderaba lentamente de él. Divisando en su mente aquella sonrisa, aquellos luceros verdosos, aquella voz que le había dicho que le amaba, que le adoraba. La misma que había llorado sobre aquella carta oculta que le había enviado.
Continuó su camino por los oscuros pasillos, dejando caer cuerpos inertes. Nada le detenía. El latido de su corazón era casi audible a la lejanía. Al llegar frente a la puerta ornamentada con motivos florales de oro y plata, en los cuales no recayó ni una gota de su atención, tan solo la abrió de una patada.
Se presentó ante la brisa nocturna, rodeada por aquellas estrellas que encendían el cielo se encontraba su objetivo. Una sonrisa se ensanchó en su cansado rostro. Ella se giró sobre sus talones, le sonrió, pero prontamente su sonrisa se convirtió en el semblante de la desesperación y la tragedia.
Aquella voz que tanto anhelaba le gritaba, si, que corriera, que se salvara, que se olvidara de ella, pero había sido muy tarde. El guerrero le estrechaba entre sus fuertes brazos, ella le golpeaba en el pecho con fuerza, y cada vez su voz iba disminuyendo de grado, hasta solo convertirse en un murmullo agotado.
- Tranquila, ya estoy aquí. – Le respondía él, acariciándole los negros cabellos suavemente.
Sumidos en el silencio de la calidez de la noche, se dieron el lujo de olvidarse de todo lo demás, solo ellos existían por aquellos segundos que parecieron eternos.
Millones de pisadas llegaron hasta sus oídos de manera presurosa, pronto se encontraron con aquellos hombres vestidos metálicamente, armados hasta los dientes, sin brillo en sus ojos, solo órdenes resonando en sus mentes.
El guerrero soltó a su amada, dejándola protegida tras suyo mientras empuñaba su espada con fuerza.
- ¡Vete! – bramó con fuerza, pero ella se negaba, testaruda. Aún así, cuando la orden regresó a sus oídos con más fuerza y desesperación, su mente reaccionó ante el instinto de supervivencia. Se giró para comenzar a correr hacia la salida.
El golpeteo de las flechas contra la espada del guerrero era como el murmullo de la lluvia al caer sobre los tejados… hasta que la lluvia de flechas fue avasalladora. Algunas se clavaron en sus piernas, haciéndolo caer contra las pulidas lozas de la terraza manchadas con su sangre. Desde su espalda escuchó un grito ahogado. Giró sobre sí mismo y observó a su amada con el pecho ensangrentado. Una sonrisa se dibujó en su rostro femenino, él comprendió de inmediato, sonriéndole devuelta como pudo, antes de que otra lluvia de flechas le golpeara la espalda.


"El otro final"
Cuento enviado al
"Concurso Literario Providencia"
Por: María José Pérez [Alicia Imbert]

jueves, 6 de agosto de 2009

Atardecer.



Salí del edificio, tal y como siempre lo hacía después del día gotador, sin embargo, al observar aquel cielo de nubes brillantes de atardecer, sentí la gran necesidad de quedarme un momento, retraralo y dejarlo en mi memoria.

Words.

"Esta es una carta de despedida." Comenzó a redactar con el color grisáseo claro del portaminas.
"Sí, me despido de todos y todo." Continuó escribiendo, pero no consiguió llegar más allá.